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Museos del Vaticano

 

Aunque el común se refiere al museo del Vaticano, en realidad se trata de un complejo que incluye trece de ellos. La colección de pintura y escultura más grande e impresionante del mundo en un Estado declarado patrimonio cultural de la humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). El abanico abarca del arte bizantino al moderno, con estación en Giotto, Caravaggio, Van Gogh, Bacon…

 

El recorrido engloba tres mil años de escultura: de los egipcios a Cánova, de los etruscos a Manzú. Mas allá el visitante se topa con una rica colección de carruajes y epígrafes antiguos, además de manuscritos, tapices de objetos religiosos y mundanos del Imperio romano en enjambre de bronces, marfiles, muebles, monedas, sellos, jarrones que ya son juguetes. Mas allá una impresionante mapoteca universal aguarda al visitante.

 

En total estamos hablando de 120 mil piezas en cuyo marco si una persona se detuviera un minuto a contemplar cada una de ellas, requeriría pasar 88 días en los recintos.

 

Del asombro por la belleza plástica se llega a la arquitectónica, a la vista de la impresionante Capilla Sixtina con sus frescos universales e inmortales de Miguel Angel. Las veredas topan con la Logia de Rafael, la capilla del beato Angélico y, naturalmente, el Palacio Apostólico, con vista previa a la singular armonía de fuentes, veredas, plantas, flores y símbolos de los jardines del país más pequeño del mundo.

 

Bajo el inaudito solemne y señorial de la Basílica de San Pedro están las grutas en cuyo laberinto se alcanza la tumba de san Pedro, la del papa san Juan Pablo II y cientos de tumbas de cristianos y paganos.

 

Y las historias van corriendo: la vez en que la zarina de todas las Rusias, Catalina la Grande, se enamoró con tal pasión de los frescos de Rafael, que se empecino en transportarlos a su país, en belleza sobre belleza del palacio de invierno de San Petersburgo. Ante la imposibilidad física, se ordenó recrear el conjunto pictórico a través de copias idénticas, encargando al arquitecto de Bérgamo, Giacomo Quarenghi, la delicada tarea. La idea se replicó llevando a Rafael también al Museo del Hermitage de San Petersburgo.