Historia de la Relación Bilateral

 

Los primeros contactos de amistad entre México y Japón se dieron con el naufragio del Galeón San Francisco frente a las costas de Iwawada (hoy Onjuku) en su camino de regreso de las Filipinas a la Nueva España el 30 de septiembre de 1609, cuando los tripulantes del galeón recibieron ayuda de la población de esa localidad japonesa. Gracias a esta acción, se salvaron 317 tripulantes, de 376 que viajaban en la nave. El gobernante japonés de la época, el shogún Tokugawa Ieyasu, ordenó a un ex marino inglés, William Adams, que facilitara a los novohispanos una nueva embarcación, que se llamó el San Buenaventura, en la que lograron retornar a la Nueva España casi un año después, el 23 de octubre de 1610.

Si bien antes de 1609 se registraron comunicaciones entre japoneses, españoles y novohispanos en las Filipinas, así como incidentes como la ejecución en 1596 de Felipe de Jesús, originario de la Nueva España, y de 25 misioneros católicos en Nagasaki, el naufragio del San Francisco es significativo porque propició la primera negociación directa entre un alto funcionario de la Nueva España, y para entonces ex gobernador de las Filipinas, Rodrigo de Vivero y Aberruza, con el shogún Tokugawa Ieyasu, máximo gobernante del Japón de la época. En su encuentro intentaron fijar, a través de un tratado, los marcos de una relación económica y política mutuamente conveniente. A pesar de ese prometedor comienzo, el intento de establecer una relación provechosa se frustró debido a que la Corona española no ratificaría el proyecto de convenio (las Capitulaciones) negociado entre Rodrigo de Vivero y el Shogún.

Los primeros visitantes japoneses llegaron a México en 1610, en principio sólo acompañando a Rodrigo de Vivero en su viaje de retorno. En 1614, Hasekura Tsunenaga llegó a Acapulco con 60 samuráis y 130 comerciantes, enviado por el daimio católico Masamune Date, señor de la región de Sendai. Hasekura, quien se había convertido a la religión católica, tenía la misión de convencer al Rey de España y al Papa para que autorizaran el envío de más frailes franciscanos a Japón desde la Nueva España, pero su misión fracasó.

En los siguientes años se registran desavenencias de origen religioso que culminarían con la expulsión de todos los españoles y novohispanos del territorio japonés y, en 1638, con la decisión del Shogún de poner fin a los contactos con todas las potencias europeas, con excepción de Holanda. Japón y la Nueva España no habrían de establecer relaciones diplomáticas ni comercio directo o comunicaciones por largo tiempo. Esto no significa, sin embargo, que todos los contactos se suspendieron. El comercio y el contacto entre personas continuaron por varios siglos a través de China y las Filipinas. Productos japoneses como textiles, biombos y objetos de arte llegaban esporádicamente a la Nueva España, transportados en el Galeón de Acapulco a Manila. Al igual que en otras naciones asiáticas, en Japón se extendió el uso de monedas de plata mexicana durante varios siglos. Asimismo, en 1732 fue publicado en la Ciudad de México un libro sobre el idioma japonés. Estudios recientes también demuestran que algunos de los japoneses que viajaron con Rodrigo de Vivero y después con Hasekura permanecieron en la Nueva España. Probablemente otros japoneses que se con convirtieron al catolicismo, usando nombres cristianos, llegaron a la Nueva España vía Filipinas durante el largo periodo que Japón se aisló del mundo. Los contactos oficiales reiniciarían hasta el siglo XIX después de la Restauración Meiji en Japón y de que México obtuviera su independencia.

En 1854, las noticias sobre la decisión de Japón de poner fin a su política de aislamiento fue recibida con interés por algunas personas en México que tenían conocimiento de las negociaciones que Rodrigo de Vivero había celebrado con el Shogun, por lo que decidieron publicar el manuscrito en el que detalló su experiencia en Japón y sus negociaciones con el Shogun. Se trata de un documento que aparentemente escribió durante su viaje de regreso a México o inmediatamente después de su llegada a Acapulco el 27 de octubre de 1610. También se recordaban los vínculos comerciales que por siglos había mantenido el país con Asia a través del Galeón Acapulco-Manila, contacto que había terminado durante la Guerra de Independencia. Sin embargo, en esos años Japón entró en un periodo de turbulencia que llevó a la Restauración del Emperador Meiji, al tiempo que México enfrentaba intervenciones extranjeras y guerra civil.
En 1874 una comisión mexicana de astrónomos, encabezada por Francisco Díaz Covarrubias, viajó a Japón para observar el paso del planeta Venus por el círculo solar el 9 de diciembre y para, a partir de esas observaciones, determinar las dimensiones reales del sistema solar. La Comisión presentó un largo y bien documentado reporte sobre sus observaciones astronómicas que recibió elogios de sus colegas estadounidenses, franceses y rusos. También produjeron un notable reporte sobre la situación económica, política y social de Japón. Su recomendación final era que el gobierno mexicano debía buscar el establecimiento de relaciones diplomáticas, de comunicaciones y comercio directo con Japón.

Las negociaciones para tal propósito comenzarían en Washington en 1888 por iniciativa de la parte mexicana. En un principio, Japón dudó porque en esos momentos estaba tratando de renegociar los tratados desiguales que mantenía con países occidentales, mismos que le habían sido impuestos al final del periodo Tokugawa. Sin embargo, luego de fracasar en ese intento, el Ministro de Asuntos Exteriores de Japón, Okuma Shigenobu, desarrolló la doctrina que lleva su nombre para renegociar esos tratados asimétricos. Para conseguir ese objetivo, debía contar con un precedente que quisiera firmar rápidamente un tratado igualitario y que no representara dificultades a Japón. El candidato natural fue México.

El Ministro Okuma instruyó a su ministro en Washington, Munemitsu Mutsu, a proponer de inmediato a su homólogo mexicano, Matías Romero, la reanudación sobre nuevas bases. Este proceso, rápido y exitoso, concluyó con un Tratado que fue firmado en Washington el 30 de noviembre de 1888 por los ministros Matías Romero y Munemitsu Mutsu.

Para Japón fue el primer tratado que reconocía plenamente su jurisdicción nacional sobre todas las personas dentro de su territorio, así como su capacidad para imponer impuestos a los bienes importados de acuerdo con sus intereses comerciales. De hecho, Japón pudo renegociar los tratados desiguales que mantenía con países occidentales utilizando este Tratado como precedente legal. Para México fue el primer Tratado que firmó con una nación asiática, mismo que contribuiría a renovar los viejos vínculos con ese continente.
Hoy la Embajada de México se asienta en el mismo terreno que el gobierno japonés decidió facilitarle en 1898 luego del establecimiento de relaciones diplomáticas. Los terrenos se localizan en la zona de Nagatacho, en el centro de Tokio. Están situados en tierra firme, en promontorios naturales de excelente calidad, no ganados al mar, en una antigua zona de daimios y samuráis de la época Edo. Ahí se localiza la Dieta, las residencias oficiales del Primer Ministro, de los presidentes de las cámaras, así como sus oficinas principales. Es la zona política de la capital japonesa. La Embajada de México está situada a corta distancia del Palacio Imperial y del Palacio de Akasaka, destinado ahora a hospedar a los jefes de estado o de gobierno extranjeros que visitan oficialmente Tokio.

El Tratado de Amistad, Comercio y Navegación de 1888 fue la base común para desarrollar las relaciones económicas, culturales, migratorias y políticas entre ambos países. Posteriormente fue sustituido por otro tratado firmado en 1924 que actualizaba algunos de sus puntos. Muchos otros tratados sobre diferentes temas fueron firmados por ambos países durante el siglo XX, cuando los vínculos bilaterales se extendieron significativamente. De esta manera, se desarrolló una red de tratados y acuerdos que cubren intercambios culturales y educativos, cooperación técnica, comercio, navegación y servicios aéreos, inversión y turismo, así como muchos otros en temas específicos de interés común.

Las relaciones bilaterales habrían de interrumpirse durante la Segunda Guerra Mundial. En septiembre de 1951, Japón y las potencias aliadas aprobaron un Tratado de Paz por medio del cual cesaría el estado de guerra entre Japón y cada una de esas potencias. México firmó este Tratado el mismo día de su aprobación, el 8 de septiembre de ese año, y el Senado de la República lo ratificó el 2 de febrero de 1952. Ese día, los gobiernos de ambos países hicieron pública una declaración en la que se asentaba su decisión de reanudar relaciones diplomáticas y consulares tan pronto como entrara en vigor el Tratado de Paz y se anunció la decisión de elevar el nivel de sus representaciones en Tokio y la Ciudad de México al rango de Embajada. Octavio Paz, entonces Segundo Secretario del Servicio Exterior Mexicano, adscrito en ese momento en la Embajada mexicana en la India, fue comisionado para reabrir la Embajada de México en Japón. El futuro Premio Nobel de Literatura llegó a Tokio en junio de 1952 y de inmediato instaló la Embajada provisional, dada la destrucción del edificio anterior, en el Hotel Imperial. En su primera entrevista con el entonces Canciller de Japón, Okazaki Katzuo, a Octavio Paz le quedó clara la prioridad de los japoneses en el restablecimiento de relaciones entre los dos países y así la transmitió a la Secretaría de Relaciones Exteriores.

Un ejemplo de los nuevos tiempos de la posguerra fue la instalación en México de las principales empresas integradoras de negocios o comercializadoras japonesas como Marubeni (1954), Mitsui (1955), Itochu (1956), Mitsubishi (1962), Sumitomo (1967), Nissho Iwai (Sojitz) (1970), Nichimen (1975) y Kanematsu (1981). La inversión de empresas japonesas en México se dirigió, fundamentalmente, a cinco sectores en los que Japón ocupaba una posición de liderazgo en el mundo: 1) la industria automotriz, en que las principales empresas japonesas que participan en el sector operan plantas de producción en México, como Nissan, Honda y Toyota; 2) la industria de autopartes, muy ligada a la industria automotriz; 3) la industria eléctrica, constructora de plantas de generación de electricidad; 4) la industria de productos electrónicos, como televisores y sus componentes; 5) la industria maquiladora de exportación. Además, principalmente para apoyar las actividades de las empresas establecidas en los sectores anteriores, las inversiones japonesas también se han dirigido a servicios financieros, turísticos y de transportes.

Otro capítulo que influyó decisivamente en la relación bilateral fue la crisis de la deuda externa en la década de los ochenta. En 1987 Japón era el segundo acreedor internacional de México con créditos otorgados por 29 bancos de esa nación que representaban un monto de 16 118 millones de dólares, equivalentes a 15% del total de la deuda externa del país en ese momento. En 1989 el gobierno mexicano emprendió la tercera renegociación de la deuda externa en ocho años con los gobiernos de los bancos acreedores.

No es una simple anécdota referir que cuando Japón tomó la decisión de apoyar a México en mayo de ese año, el anuncio lo comunicó el viceministro Utsumi a su homólogo mexicano, José Ángel Gurría, entonces Subsecretario de Asuntos Financieros Internacionales en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, en un ambiente informal y amistoso. Durante una cena en un restaurante en Tokio le entregó personalmente un cheque por 2,050 MDD, cifra superior a las aportadas por el FMI y el BM. México pudo así completar las garantías necesarias y fue el primer país en utilizar el Plan Brady. Obtuvo a cambio de la deuda anterior bonos con reducción de capital o intereses a 30 años, con amortización mediante un solo pago a su vencimiento, garantizada por medio de la adquisición de bonos cupón cero. El Banco de México estimó el ahorro obtenido a través de esta operación de canje con las instituciones financieras privadas en 7,102 MDD, para marzo de 1990. Ello le permitió al país salvar una coyuntura compleja, tener acceso a recursos frescos, mejorar directamente las finanzas públicas y la balanza de pagos y retomar el crecimiento.

La coincidencia de intereses económicos condujo a la firma del Acuerdo de Asociación Económica (AAE) en septiembre de 2004. Este Acuerdo ha servido para atraer inversiones japonesas, lo que ha producido a su vez un incremento significativo del comercio bilateral. México es hoy uno de los principales socios comerciales de Japón en América Latina y Japón es el principal mercado para las exportaciones mexicanas en Asia. Esta nueva etapa de la relación bilateral, cuyo rasgo distintivo es la existencia de un creciente diálogo político y una estrecha cooperación en diferentes temas de la agenda internacional, se fortaleció con la firma de una Asociación Estratégica Global en febrero de 2010.

La Cumbre del G-8/G-5 en julio de 2008 en el Lago Toya, así como la Cumbre de APEC en noviembre de 2010 en Yokohama, permitieron dos visitas del Presidente Felipe Calderón a Japón, a la que se sumó el encuentro bilateral que se celebró con el Primer Ministro de Japón en Tokio en febrero de 2010.
Actualmente, las relaciones bilaterales con Japón se caracterizan por un renovado dinamismo que quedó confirmado con la visita oficial que el Presidente Enrique Peña Nieto realizó a Japón del 7 al 10 de abril de 2013. Se trató de su primera visita de esa naturaleza en Asia desde el inicio de su gestión el 1 de diciembre de 2012. Estas relaciones se profundizaron con la visita oficial a México del Primer Ministro de Japón, Shinzo Abe, del 25 a 27 de julio de 2014, en reciprocidad a la visita del Presidente Peña Nieto. Se trató de la primera visita de esa naturaleza en los últimos 10 años.

Destacan también los crecientes flujos de inversión y comercio bilaterales, particularmente en el rubro automotriz y de autopartes como resultado de los anuncios en los últimos meses de empresas como Nissan, Honda y Mazda sobre la ampliación de su capacidad de producción en México. A pesar de condiciones económicas globales no del todo favorables, los intercambios entre México y Japón siguieron creciendo, lo que confirma la importante complementariedad entre ambas economías. Las reformas estructurales en México, particularmente en el rubro energético, abren nuevas oportunidades para la relación económica bilateral.

De igual manera, sobresale la visita a Japón de delegaciones de diversos gobiernos estatales con el objeto de promocionar tanto las oportunidades de inversión que ofrecen, como para profundizar los intercambios con Japón en materia educativa, científica-tecnológica, cultural y de cooperación. La Embajada apoya el desarrollo de dichas visitas consiente de la importancia de promover las agendas de desarrollo de los gobiernos locales.

En suma, tras 130 años de relaciones diplomáticas, la relación bilateral atraviesa una etapa de renovado dinamismo que confirma su carácter estratégico. La profundización de los intercambios México-Japón permiten avanzar en claro beneficio mutuo. Un mayor diálogo y cooperación política con Japón ha permitido confirmar el carácter de México como un actor global responsable. Un mayor comercio e inversión con Japón han contribuido a la generación de nuevos y mejores empleos en beneficio de miles de familias mexicanas, y a la construcción de un México más justo. Un mayor intercambio académico y educativo con instituciones japonesas permite avanzar hacia una educación de mayor calidad para los mexicanos.