Cartas del Embajador
"AQUELLOS CALENDARIOS"
Alberto Barranco Chavarría
Calificados por el cronista Carlos Monsiváis como “El encanto de las utopías en la pared”, los calendarios o almanaques cobijaron de colorido las paredes del México de los 40, 50 y 60. La lujuria selvática de los campos chicleros de Quintana Roo en la cocina de cazuelas colgadas; el Abrazo de Acatempan en el trazo idílico en la cacariza pared de la oficina del director de la escuela rural; el homenaje a la madre del ranchero arrodillado al eco del canto cristalino de la fuente, en la sala de la abuela, al lado del retrato familiar, el bebé de 6 meses en cuatro poses de desnudo, la Virgen de Guadalupe escoltada por veladoras. Un año de Jesús Helguera y su retrato del éxito real, pero irreal: los prietos de cara blanca, los rancheros de chinacos, los jacales maquillados de flores. Y en escena la Miscelánea “La Poblanita”, la Carnicería “Don Goyo”, el Expendio de pan “Las dos Conchas”. En la epopeya están la Cigarrera la Moderna, la impresora Santiago Galas y el genio de un artista incomprendido. De la Leyenda de los Volcanes, con obligación de leer el poema épico del peruano José Santos Chocano a la lección de historia con el padre Hidalgo de fuego en los ojos y estandarte guadalupano como elemento de disolución social. La historia, la fábula, la nostalgia. El arrullo del México que se fue.