Cartas del Embajador
"MOLINO DE SANTO DOMINGO"
Alberto Barranco Chavarría
De aquello que fue, polvos de cuatro siglos, queda aún parte de la maquinaria cuya acción activaban las aguas del río Santa Fe. El lomerío convertía la corriente en cataratas. Era el molino de Tacubaya, luego de Santo Domingo, en cuya entrada en escena se ubica a Hernán Cortés. Era el milagro del trigo: de las tres semillas que encontró en un saco de arroz un hombre de color, Juan Garrido, una floreció en 48 espigas, el milagro de Coyoacán que abría el paso a la producción de pan… y hostias. Solicitado un permiso para construir un molino en un girón de su extenso marquesado del Valle de Oaxaca, Cortés se topó con la codicia del oidor Nuño de Guzmán, quien lo expidió… para sí mismo. En el pleito la propiedad, maquinaria, troje, casa grande, sembradíos, pasaría a manos de Juan Xuárez, cuñado de Cortés, hermano de Catalina Xuárez Marcaida, la primera esposa del conquistador… a quien, dice la conseja, ahorcó en la hoy sede de la delegación Coyoacán. En el eco de la demanda llegarían los molinos de Belem de las Flores, de Valdés, del Rey… donde se libró una de las batallas en el marco de la invasión de Estados Unidos en 1847. En la larga página se ubica el camino de los molinos, hoy Observatorio, y la sed de la población de Tacubaya, en cuya desesperación se hirió con una punta de maguey el acueducto que llegaba a la fuente de los Músicos de la Tlaxpana, y de ahí a San Cosme, para librar un chorrito… que le dio nombre a un barrio. Los molinos de las heridas de agua de Tacubaya.