Cartas del Embajador

"LA CASA DE OCTAVIO PAZ"

 Alberto Barranco Chavarría

 

Encandilado por la pasión zapatista, Octavio Paz Solórzano dejó el periódico de su padre, un general porfirista, para correr a la aventura de tierra y libertad. Tenía unos meses su hijo, nacido en la colonia Juárez, cuando debió refugiarse en la casa del abuelo en el entonces lejano barrio de Mixcoac. Ahí, al asombro de mansiones solariegas inauditas, ya la de los Serralde de corte arabesco, con su réplica en escala del ferrocarril México-Veracruz, sus cumbres, sus túneles, sus señales, sus paisajes; ya la del jefe de los científicos, José Ives Limantour, que se volvería el colegio Williams; ya las del barrio alemán, la que fuera de don Valentín Gómez Farías, con su tenebrosa leyenda a cuestas, transcurriría la infancia, la adolescencia y parte de la juventud del poeta Octavio Paz. Del colegio francés del Zacatito al Williams y el Franco-Mexicano, hoy Centro Universitario México, pasando largas tardes en la biblioteca de Ireneo Paz; cobijando sus ansias de saber ya con el arqueólogo Manuel Gamio, o el ideólogo zapatista Antonio Díaz Soto y Gama, quien conversaba en largas sobremesas con su padre, las pocas ocasiones en que éste llegaba a la casona patriarcal. Uno le mostró las raíces; otro la historia reciente forjada en sangre. En sus evocaciones de Mixcoac, Paz habla de la significación cósmica de la deidad; del asombro de las mansiones solariegas, de las ferias, las ladrilleras y el río que regaba el escenario campestre. Y los conventos. Y los susurros de la sublevación católica que desembocaría en boicot. Y luego la lucha por la autonomía universitaria. La muerte trágica, terrible, del padre distante, apresado por el alcohol.

La evocación del Mixcoac como universo inicial del poeta que encontró la vía hacia el rincón más recóndito de la esencia nacional. El barrio mágico en olor a jardín.