Cartas del Embajador

"LAS VELADORAS DE SANTA"

 Alberto Barranco Chavarría

 

Alineada sin distingo en largas mesas mugrientas, la expectación aguardaba tensa, impaciente, el momento supremo. Convertida en la suprema sacerdotisa, Santa encendía, incendiaba, la procesión de vasos de colores en la antesala del brindis. El cruzadito entre el Jefe de la Reservada y La Bandida, ante la sonrisa cínica del güero Batillas, pistolero estrella de ésta. La ley y la meretriz que se burlaba de los políticos componiéndoles corridos. Y María Félix levantaba gigante la ceja derecha, mientras se acomodaba en su banco Arturo de Córdova y el dibujante hacia su luchita con la clientela, entre el revoloteo de las mariposas nocturnas y el canto triste de Claudio Estrada, el consentido de Santita. El tugurio de jarabes de frutas alegrando una opción de té de canela con alcohol de 96 estaba en el callejón de Cuauhtemotzin, lo que hoy sería la calle de Izazaga. Con el Salón México, las carpas, el teatro Politeama, las Veladoras de Santa llenaron muchas páginas de la década de los 30, cuando desaparecen al callejón del Ave María para abrir, gigante, la calle 20 de Noviembre; cuando se derribaron los templos de Santa Brígida y lo que quedaba del convento de Santa Isabel para ensanchar San Juan de Letrán. Y si Tepito lloró la muerte del tranvía de mulitas, el asombro se volvió pleno al nacimiento del edificio de La Nacional, el primer rascacielos de la ciudad. El recuento, el recuerdo de la década de los 30, cuando México baila a swing, llegaban las lavadoras de rodillo al calce y nacían cines como Cinelandia y el fabuloso Alameda.