Cartas del Embajador

"NACIÓ BELLAS ARTES"

 Alberto Barranco Chavarría

 

La epopeya la plasmó palmo a palmo, gota a gota, el poeta José Gorostiza. Lo que sería un anodino informe burocrático se convirtió en una crónica: el punto final del que sería el nuevo Teatro Nacional, en su conversión en Palacio de Bellas Artes. Del derroche porfirista a lo que llamaban austeridad revolucionaria. Del arquitecto italiano Adamo Boari al mexicano Federico E. Mariscal. El mármol de Carrara en armonía con el café de Querétaro, el rosa de Durango, el negro de Nuevo León… y el granito noruego. El telón de más de un millón de cristales de dos centímetros cuadrados, recreando un mural de Gerardo Murillo, conocido como el Doctor Atl: 21 mil 225 kilos de peso. Dos mil butacas a la expectativa. Recobrado el espacio, al que al abandono de años Boari calificó de “elefante blanco”, la primera vez llegó el 25 de septiembre de 1934, con la puesta en escena, rigurosa invitación, de “La verdad sospechosa” de Juan Ruiz de Alarcón con la Compañía Dramática del Palacio de Bellas Artes. En la valla popular al desfile de pieles, había espacio para un autógrafo de Dolores del Río, Ramón Novarro, Francis Drake. Por la mañana la multitud había lanzado piedras al cortejo de políticos que acompañó, a puerta cerrada, al presidente Abelardo L. Rodríguez en la inauguración oficial, Himno Nacional al calce por la Orquesta Sinfónica de México bajo la batuta de Carlos Chávez. Y las canciones mexicanas del Conjunto Coral del Conservatorio. Las puertas del recinto se abrirían el 29, en un desfile de 80 años en que llegaría desde el “Panzón” Roberto Soto a recrear el escenario de las carpas, hasta la mejor bailarina del mundo, la rusa Maya Plisétskaya, pasando por María Callas, Lola Beltrán. De lo que fuera el convento de Santa Isabel al orgullo de México: el palacio de mármol.

 

 

 

Fotos: Secretaría de Cultura y el Inbal.