Cartas del Embajador
"DIANA CAZADORA"
Alberto Barranco Chavarría
Las apuestas oscilaban entre Ana Luisa Peluffo y María Asúnsolo, prima de Dolores del Río. El problema era la edad. En 1942, cuando se colocó el conjunto en la bienvenida a Chapultepec, la actriz era una niña y la aristócrata, dueña de galerías de arte, una mujer madura. El común denominador era que las dos se atrevieron: una para estelarizar la película sobre la estatua de la Diana Cazadora, desnudos al calce, y la otra para posar sin ropa para pintores como Diego Rivera. La verdad tardaría 50 años en cuajar. El cuerpo de la Flechadora de la Estrella del Norte, al que la Liga de la Decencia, utilizando como ariete a la primera dama Soledad Orozco de Ávila Camacho, había condenado a usar taparrabo para atenuar el horror, fue el de una niña de 16 años, secretaria vespertina del director de Pemex. Helvia Martínez Verdayes integraba en su libro El secreto de la Diana Cazadora decenas de fotografías del proceso para no dejar duda alguna. "Lo hice por vanidad", decía la confesión. No hubo, pues, pago alguno. La historia se desgrana desde las reuniones de café con el arquitecto Mendiola y el escultor Juan Fernando Olaguíbel, bocetos en servilletas al calce. El taller de la calle de Obrero Mundial, en la idea ya de la figura de Diana de Poitiers, amante de Enrique II, hijo de Francisco I, rey de Francia. El número se repetiría diez años después al posar la modelo para la Fuente de La Expropiación Petrolera. En las mil anécdotas está un mal golpe de cincel de Olaguíbel al momento de retirarle el taparrabo de la ignominia, que ocasionó el cambio de la escultura. El original se fue a Ixmiquilpan, Hidalgo. El día en que un Olaguíbel, pasado de copas, quiso quitar por su cuenta el pegote de los moralistas, o las carcajadas de Julisa, el “Mazacote” y demás, a la puntada de ponerle un sostén a la escultura en la película Los Caifanes.
Aventuras de la mujer de bronce de medidas 153-112-164.