Cartas del Embajador

"ASÍ ERA PORFIRIO DÍAZ"

 Alberto Barranco Chavarría

 

Ella de 17. El de 51. Aristócrata y mestizo; educación refinada y modales toscos. El vals europeo con el danzón cubano. Matrimonio por conveniencia. Armisticio con la Iglesia católica; perdón para uno de los prominentes lerdistas caído en desgracia al triunfo del Plan de Tuxtepec. Manuel Romero Rubio acompañó a la pareja de luna de miel a Nueva York. Su hija, Carmen, había llegado apenas del exilio en Estados Unidos cuando conoció al general. Una fiesta en la Embajada de Estados Unidos y un puente, la posibilidad de aprender inglés y francés. El alumno se le declaró a la joven maestra a los pocos días: - “Yo debo avisar a usted que la amo”. Al cerrarle los ojos y besarle la frente en la modesta casa parisina, Carmen Romero Rubio dijo que sentía morirse con él. La esposa joven que no le dio hijos a Porfirio Díaz, pero se hizo cargo de los tres de él. Porfirio y Luz, del matrimonio con Delfina Ortega, bendecido a regañadientes por la iglesia en trance de muerte. El tío y la sobrina directa. La tercera era Amada, una de los frutos de aventuras extramatrimoniales del general. La primera dama que pidió uniformar a los menesterosos de caqui para no dar mal aspecto de cara a los visitantes extranjeros a las fiestas del Centenario. La que le ponía polvo de arroz en la cara a su marido para rebajarle lo prieto. La que lo enseñó a no hablar con el bocado en la boca, ni escupir en las alfombras. La que les daba glamour a las fiestas de palacio. La que perdió su fortuna en el exilio europeo. La de los eventos de caridad y las alhajas en los palcos del teatro principal. Doña Carmelita, la dignísima esposa del señor presidente, decía la prensa zalamera.