Cartas del Embajador

"Tesoros en libros viejos"

 Alberto Barranco Chavarría

Expedicionario tradicional de las trincheras de olor a viejo y cascarones de polvo, el maestro Alfonso Reyes se topó alguna vez con un doble tesoro: el libro inventario del acervo religioso de México retratado por Guillermo Kahlo a instancia de Porfirio Díaz y, a resguardo de sus páginas, un billete de entrada al Toreo de la Condesa con Enrico Caruso en el centro de la escena. La ruleta, muchos años después, está girando. En una librería de viejo de la calle de Mazatlán existe un plafón a manera de retablo con las reliquias: la flor aplastada de aquel recuerdo, el boleto de Bellas Artes, la planilla para el tranvía, la lista del mandado y hasta la carta de amor o la servilleta que tocó los labios de la princesita… para limpiar el mole, y a veces, los “oritos” de los chocolates planchados con veneración. Los fetiches escondidos se fueron con los libros. El que vendió el estudiante en una larga jornada de hambre. El que cambió la viuda con el ropavejero. La biblioteca reunida a golpe de calcetín en el fragor dominical de La Lagunilla. A veces se fue la dedicatoria del autor, el ejemplar 29 de la serie de 100, el ExLibris, sello-orgullo del coleccionista, la primera edición. La segunda oportunidad, el rescate de la ingratitud, llegó a la devoción del librero de ocasión, mano experta que conoce el valor de la paciencia. Historias de tres siglos, de los baratillos al mercado del Volador, con estación en Donceles y ramificación en toda la urbe.

 

La aventura de los libros.