Cartas del Embajador

"El Hospicio de los Pobres"

 Alberto Barranco Chavarría

Si en temporada de penuria en la mesa solo se servía atole de desayuno y cena y lentejas de comida, en la de vacas gordas había puchero que la avidez que hacía empinarse la cazuela. Comen, tragan, como pelones de hospicio, diría la muletilla en referencia. Niños y viejos eran rapados en el mejor remedio para evitar los piojos. Era el Hospicio de Pobres de la parte norte de la Alameda, aunque poco más al poniente, alguna vez pared con pared con el temible edificio de La Acordada, desde donde se iniciaban las procesiones al cadalso. La obra de caridad del Chantre de la Catedral al dolor de la estampa desgarradora de un niño hurgando estérilmente alimento del pecho de su madre muerta...de hambre. Al edificio cuadrado de tres patios llegaba la leva de hombres, mujeres y niños sin más oficio que buscar la sobrevivencia diaria. A veces las clases se iniciaban en párvulos, a veces era la posibilidad de aprendices. A veces la epidemia de cólera en la combinación insana de dormitorios y letrinas. Y si un día un arriero vuelto dueño de una riquísima mina en la ruleta de la vida heredaba sus caudales al hospicio, otras no había para el pago de médicos, celadores, maestros, cocineras, afanadoras, lavanderas. La epopeya de los pobres.