Cartas del Embajador
"Iglesia de Manzanares"
Alberto Barranco Chavarría
Como fugitiva de un cuento de hadas a plenos ecos de aquellos días de la Merced como vértigo, epicentro, trajín, la iglesia del Señor de la Humildad (Manzanares, para los iniciados), portada barroca, cruz a relieve: "Hic hoy signo vincis" (con este signo vencerás), frase pintada en el cielo para lectura de Constantino, torre, campaña...en miniatura. Apenas tres bancas en cada fila. Apenas un altar de metro y medio, pero pila bautismal, pero coro alto y coro bajo, pero órgano minúsculo y sacristía de juguete. La iglesia más pequeña del mundo, dicen, en un largo periplo que la inicio como ermita para forasteros; como capilla de barrio indígena, con la novedad de la arquitectura de Lorenzo Rodríguez, genio y figura de la iglesia del Sagrario aledaña a la Catedral. En el tráfago de tres siglos, las bodegas, los cargadores de el-golpe-avisa, las viejas urracas vendiendo amuletos para el amor; el desfile de piernas, traseros prominentes y boquitas pintadas como catálogo para la exigente clientela masculina; los locales de té con agua aguardiente en vista bruto, y las sinfonolas listas para Rigo, la Santanera o el Bigote que canta. Y la feria de tres días, mariachis, payasos, juegos mecánicos y comida gratis en la fiesta del Cristo de mirada al suelo que espera el martirio tras ser declarado rey de los judíos. Iglesia de los rateros, dice la conseja. El largo rezo, la fe a pleno, el sacrificio de no trabajar un día, a cambio de una buena jornada. Y las mujeres de caricias al mejor postor apuntan el ruego a ahuyentar sífilis, gonorrea, chancros y demás "enfermedades secretas". La maravilla de Manzanares, joya de la corona de La Merced.