Cartas del Embajador
ANAHUACALLI DE DIEGO
Lúgubre, tenebroso, sombrío, frío, el Anahuacalli (Casa del Anáhuac) donado al pueblo de México por el muralista Diego Rivera, tiene, sin embargo, un halo de magia que hechiza. Como vivir el pasado prehispánico, como si todas las leyendas se volvieran eco, como si el pedernal siguiera apuntando al corazón. La pirámide de piedra porosa, regalo del volcán Xitle, en el barrio de San Pablo Tepetlapa. El lugar que volvió vereda la excursión del maestro, el doctor Atl y el arquitecto Luis Barragán, quien, enamorado del entorno pedregoso, construiría el fraccionamiento Jardines del Pedregal. Ahí, en San Ángel, llegaría la casa-estudio de Diego Rivera, al asombro de los cactus como cerca, obra del arquitecto Juan O’Gorman. El sería autor del primer boceto para el albergue de las dos mil piezas arqueológicas del esposo de Lupe Marín y Frida Kahlo, reunidas a partir de 1920, aunque el trazo definitivo lo idearía el propio Diego. En la fiebre del pintor por integrar su colección llegaban a su casa costales que compraba sin ver. Y las ofertas de ídolos, cerámica, armas, llegaban en carretadas. Un día, hambriento, ansioso, Rivera se sentó a la mesa, topándose con una sopa de ídolos cocinada por Lupe Marín, en venganza por la falta de gasto: -En eso te gastas el dinero, pues trágatela. En la larga travesía del museo, 1942-1964, se enfrentarían mil obstáculos: la falta de recursos, las enfermedades de Frida, el cáncer terminal de Diego; su operación en Moscú. El largo parto del nuevo templo al olor de viejos siglos, al sabor del esplendor de nuestras culturas madre, al susurro de las leyendas. Pareciera que los ritos reviven, dirían los biógrafos de Kahlo. La casa del Anáhuac de cara al Ajusco: 69 mil metros cuadrados a peso cada uno. La monumentalidad de la Pirámide del Pedregal. La belleza del paisaje.