Cartas del Embajador
CALZADA DE LOS MISTERIOS
Alberto Barranco Chavarría
A su caudal de destellos llegaría, en 1957, el primer museo de cera de la Ciudad de México, la degradación del vicio con rostro de cortesana vieja y hombre vencido sobre la mesa, con aderezo de un Jorge Negrete en función de gallero y un Cantinflas a la usanza clásica. La ruta la pintó, exacta e intacta, el paisajista José María Velasco, lo que le mereció una estatua. Por ahí, la vía a un centro ceremonial en honor de Tonantzin abierta por los tlatelolcas, llegaban los virreyes en ruta al poder. La peregrinación, a partir de 1539, se volvió interminable. La imagen de la Guadalupana en reclamo de auxilio frente a la tragedia. La fiesta con carne seca de chivo y pulque en las faldas del cerro del Tepeyac o Tepeyacac. La primera vez, el primer misterio, llegó en 1675, obra del arquitecto Cristóbal de Medina y cortesía del sacerdote Juan de Zepeda y su madre, Jerónima: mil 411 pesos de aquellos. En el segundo nivel de los colosos de piedra el relieve de la escena que marca cada misterio del rosario: gozosos, gloriosos y dolorosos, 15 en total. En la punta una imagen labrada de la Virgen de Guadalupe, y hacia abajo figuras de santos, ya san Jerónimo, ya san Isidro. A los costados Felipe IV viendo hacia el santuario y Carlos II a la ciudad. La totalidad de los humilladeros, a imagen y semejanza del primero, se concluyó hasta el amanecer del siglo XIX. La derrota se inició con la llegada a la Calzada de los Misterios del ferrocarril de vapor que salía de la Plaza Villamil, hoy Aquiles Serdán. De aquello que fue quedaron sólo siete misterios, a quienes la ignorancia cubrió de pintura amarillo Congo. El resto se improvisó con bronce en una de las visitas del papa Juan Pablo II. La Calzada de los Misterios y sus leyendas. Cuando se cruzaba en puentes los ríos Consulado y Guadalupe. Cuando la polvareda se volvió niebla.