Cartas del Embajador
LOS RESTOS DE CUAUHTÉMOC
Alberto Barranco Chavarría
Lectora voraz, la faena se agotaba cuando llegado el desmayo, los gruesos anteojos, la calvicie pronunciada, el portafolios lleno de legajos. La mujer con nombre de calle. Su calle. Antropóloga, caminó con Alfonso Caso al encuentro de la tumba número 7 de Monte Albán. Maestra, fue artífice de los programas para erradicar el analfabetismo. Mujer, mantuvo por décadas la exigencia del voto femenino. Eulalia Guzmán Barrón fue al Palacio Nacional a gritarle a Victoriano Huerta la felonía de apresar al presidente Madero. Y regresó de la mano de Sarita Pérez, la viuda, a reclamar el cadáver. Nacida en San Pedro Piedra Gorda, Zacatecas, hoy ciudad Cuauhtémoc, de 1937 a 40, a encargo oficial, recorrió Europa en busca de vestigios prehispánicos: los códices, los archivos, la biblioteca del Vaticano, la Universidad de Dresde. Políglota, tradujo centenares de documentos invaluables. Estudiosa durante seis años del destino final del último tlatoani mexica, Cuauhtémoc, ahorcado en una formidable ceiba a la vera del Papaloapan, al eco de versiones susurradas a Hernán Cortés de una sublevación de los naturales que engrosaban su expedición a las Hibueras, el “águila que desciende” sería sepultado cuatro años después por el franciscano fray Toribio de Benavente, “Motolinía”. Eulalia Guzmán creyó ubicar el sitio en la iglesia de Santa María de la Asunción de Ixcateopán, Guerrero, Ichteopan para los nativos. La excavación llegó el 26 de septiembre de 1949… y con ella la polémica. Mexicana de tiempo completo.