Cartas del Embajador

MATARON A OBREGÓN

 

Alberto Barranco Chavarría

 

Al estruendo de risotadas y choque de copas de coñac mi general explicaba el hallazgo de su mano y antebrazo derecho despedazados al fragor de un cañonazo villista en la hacienda de Santa Ana del Conde, Guanajuato: “-Lancé una moneda de oro hacia arriba y el despojo brincó para atraparla”. Guardado como reliquia por el medico que lo operó, el macabro miembro, encerrado en formol, llegaría al Monumento a Obregón en 1943, 28 años después de aquella batalla, colocándose en un nicho con pretensión de altar, para pesadilla de los niños que llegaban al lugar. A título de mausoleo el coloso de granito, custodiado por colosales esculturas de Ignacio Asúnsolo integrando alegorías, se constituyó en el mismo sitio donde fue asesinado el autor de Ocho mil kilómetros en campaña. Ubicado entre las huertas del viejo convento del Carmen, el restaurante La Bombilla guardaba el eco de los disparos de José de León Toral con pistola bendecida, mientras la orquesta desgranaba “El Limoncito” (“limoncito, limoncito, pendiente de tu ramita / dame un abrazo apretado y un beso de tu boquita”).

 

En las vueltas de la vida la abadesa Concepción Acevedo y de la Llata, la madre Conchita, acusada de dirigir la trama, regresaría de las Islas Marías con su pareja de protección, Carlos Castro Balda, a vivir en la avenida Alvaro Obregón, el nuevo nombre de la calle donde vivía el caudillo velado en el Salón Panamericano del Palacio Nacional. El hombre que volvía carcajada su presencia en el primer tendido de la Plaza de Toros de La Condesa cuando, sentado al lado del escritor español Ramón María del Valle Inclán, manco del brazo izquierdo, unían sus únicas manos para aplaudir entre risotadas unánimes.