Cartas del embajador
GENEROSO APÓSTOL DEL ÁRBOL
Alberto Barranco Chavarría
Refugiado en su orfandad con su tío, un canónigo radicado en Bayona, Francia, el paisaje agreste, enigmático de las montañas inclinaría su pasión: “El Apóstol del Árbol” lo nombra la historia. La devoción lo impulsó a regalar a México los terrenos de los viveros de Coyoacán, amates, oyameles, ahuehuetes, pinos… en una cruzada sin fin, ya el vivero de Texcoco, en la huella del jardín botánico del poeta Nezahualcóyotl, y en la ruta, los del Desierto de los Leones y Xochimilco; ya la Sociedad Forestal Mexicana. Y en la cumbre, instituido a su tesón el Día del Árbol, el ejército de voluntarios salía a sembrarlos en parques, jardines y alamedas. En el hombro con hombro de la cruzada desfilan lo mismo Porfirio Díaz que José Vasconcelos o la poeta chilena Gabriela Mistral. Y más: ingeniero de profesión, amigo del empresario del tabaco, Ernesto Pugibet, Miguel Ángel de Quevedo construye lo mismo la factoría para los cigarros del Buen Tono que la iglesia anexa dedicada a la virgen de Guadalupe y aún el Conjunto Mascota de Bucareli para viviendas de los trabajadores. A su genio llegaría también el edificio del Banco de Londres y México de la calle de Bolívar, efímero asiento de la Suprema Corte. El apóstol del árbol vivía en una finca con vista a los viveros, sus viveros bañados por el río Magdalena. Una vida consagrada al árbol.