LA PIEDAD DE MIGUEL ÁNGEL

 

Uno de los imanes más potentes para los peregrinos de todo el orbe que cruzan los umbrales de la Basílica de San Pedro lo constituye la escultura de La Piedad, obra de Miguel Ángel, quien, renuente a firmar sus trabajos, en este caso dejó su nombre entre la discreción de una banda que cruza el pecho de la Virgen María. Mas allá de la belleza artística de la obra con la escena del cuerpo inerte de Cristo tras su descenso de la cruz, arropado por los brazos y el dolor de su madre, resalta la expresión de los rostros. El rictus de sufrimiento de Jesús y el dolor silente, interno, intenso, de una madre adivinado solo en la inclinación hacia abajo del rostro joven, eterno.

 

La obra, encargada al artista por el cardenal francés Jean de Bilhéres, representaba su reivindicación tras serle rechazada una escultura de Baco que le había encomendado un cardenal de Florencia. En prenda de ello Miguel Angel aceptó el plazo perentorio de un año para culminar el trabajo…con la novedad de que justo el día previsto para la entrega fallecía el purpurado. En prenda de ello el escultor había ido a las canteras de Carrara a buscar el bloque de mármol más idóneo, cuyo costo y transporte pago de su faltriquera.

 

La obra estaba destinada a la iglesia de Roma dedicada a los santos Miguel y Petronila, conocida como de los franceses; sin embargo, en 1749 se decidió llevarla a la basílica de San Pedro. Colocada originalmente a la vista de los peregrinos sin protección alguna, la acción irracional de un visitante que la agredió con un martillo obligó a colocarle un grueso vidrio como barrera a la escultura.