A su arribo al puerto de Veracruz, procedente de Cuba, la comitiva que esperaba al nuevo obispo de la entidad le preguntó por su equipaje, listo el ejército tradicional de estibadores. La respuesta fue insólita: -"Esto es todo lo que cargo", al tiempo de mostrar un pequeño veliz agrietado de uso. El traslado a Xalapa, sede de la diócesis, se realizó en un autobús desvencijado, con pinta de carcacha. -"¿Monseñor, por qué viajó en segunda? La respuesta fue otra vez desconcertante: -"Porque no había tercera". Así Rafael Guízar y Valencia, el obispo que remató su pectoral y su anillo distintivo para fondear el auxilio a damnificados de un terremoto; el que regresaba descalzo por haber regalado su calzado; el que le regaba tinta china a su única sotana para disimular el desgaste; el que, recibido un óbolo de dos centenarios, le regaló uno al primer mendigo con que topó. El que remendaba sus pantalones y repartía víveres casa por casa a los necesitados. Al que al ser declarado santo por el papa Benedicto XVI se le calificó como el obispo de los pobres. El recuento, el recuento, afloró en un conversatorio organizado por la Embajada de México ante la Santa Sede, en cuyo marco se destacó la senda recorrida por el misionero en el paraíso de belleza inaudita de Veracruz: la ruta de la niebla.

 

28 de abril de 2021