En la zona dos de la ciudad hay un colegio donde los maestros no tienen que desgañitarse para conseguir la atención de los alumnos. Donde les es difícil distinguir quién es el más listo, porque todos son muy inteligentes. Donde las tareas no son un castigo sino un reto y donde las manos alzadas para contestar una respuesta son siempre demasiadas. Se llama Benito Juárez y es un proyecto que el año pasado graduó a su primera promoción: niños de escasos recursos con coeficientes por encima del promedio.
*Texto y fotografías propriedad del diario guatemalteco El Periódico

No es fácil ser inteligente en mundo de balas. Roberto Chávez lo sabe bien. Mientras sus vecinos, amigos e incluso su hermano, buscaban cobrar extorsiones o tatuarse una vez más el cuerpo, él quería leer. “Anda a recoger un dinero aquí a la 4 de febrero y a cambio te doy Q100”, le decía alguno de los muchachos del barrio, pero él se negaba. “No quiero enojar a mi mamá”, respondía. Prefería llevar libros en su mochila y no granadas o drogas. Algo que a los demás les costaba entender. Roberto es uno de los graduados de la primera promoción del Colegio Benito Juárez, un centro educativo que solo acepta a niños con coeficiente mental por encima del promedio y recursos económicos escasos. Su misión es lograr que inteligencias prometedoras no se pierdan en la pobreza o en la violencia.

Crear el colegio fue idea de Jorge Prado, un rotario que consiguió que su Club se involucrara en la construcción del centro. La Fundación de Empresarios Mexicanos (Fundamex) paga el 75 por ciento de la colegiatura de todos los niños, la Municipalidad donó los terrenos donde se ubican, Telgua las computadoras y un montón de personas han aportado libros, apadrinamiento de un niño o artículos para el colegio. Fundamex costea además los gastos de funcionamiento. Es un proyecto que se ha construido con muchas manos.

Los 294 niños que estudian actualmente en el colegio tienen algo en común: una inteligencia por arriba de la norma. Cosa que hace al colegio un sitio donde aprender no es un castigo. En segundo básico estudia María Alejandra, una niña que habla como adulta, que tiene en la cabeza un montón de proyectos de ayuda social. Llegar al colegio le cambió la vida. Antes estudiaba en un centro donde los inteligentes eran “nerds aburridos”, relacionarse con los demás no era sencillo, y el riesgo de dejarse llevar por una marea de mediocridad era latente, por suerte llegó a unas aulas donde nadie le pide copia en el examen, porque todos saben.

Seleccionar a los alumnos no es tarea sencilla. “Es difícil encontrar niños con mucho potencial alto, sobre todo porque están mal alimentados, hay muchos hogares desintegrados, entonces puede ser que el niño tenga un CI mayor, pero que no se haya motivado”, explica Ana de Cofiño, directora de la primaria. “Cuando vienen de escuelitas vienen con un nivel bastante bajo, entonces hay que nivelarlos mucho, principalmente en inglés”.

Para determinar quiénes pueden ingresar, la Universidad del Valle realiza pruebas de coeficiente intelectual a todos los candidatos. Los que tengan un nivel alto tienen la oportunidad de asistir dos días a clases, donde las maestras observarán su comportamiento y si están o no en capacidad de llevar la alta carga curricular del colegio. Se hace, además, un estudio socioeconómico, de ello dependerá si consiguen una beca, con la cual solo deben pagar Q25 cada mes o bien una cuota de Q115 mensuales. Cada año se examinan en promedio 250 niños y solo 35 logran entrar en la primaria. En básicos y diversificado solo ingresan un promedio de 4 cada año, porque para esas alturas deben dominar completamente el inglés.

Malas noticias, pero en buena compañía

Los maestros lo mandaron a llamar a la oficina de la Directora. Algo terrible había pasado. Roberto se dejó caer en los brazos de sus maestras, habían asesinado a su hermano mayor.

Los mareros estaban por todas partes en la colonia El Esfuerzo, en la zona 7, donde vivían. Exhibían su ropa costosa y sus zapatos de marca, invitaban a los jóvenes del barrio a unírseles, así tendrían dinero en poco tiempo y con poco esfuerzo. “Nosotros tenemos pisto y vos no”, le echaban en cara a Roberto, “sí pero ese dinero se les va a hacer agua porque no es bien ganado”, contestaba él. No cedió ante la presión, pero su hermano mayor sí.

Un día lo capturó la Policía y su madre quedó devastada. El hijo mayor estaba preso y el menor en un colegio para niños muy inteligentes, realidades demasiado diferentes. Cuando pensaron que volverían a verlo, el día en que salía de prisión, se acabó todo. Recién recobrando la libertad le dispararon. Fueron días duros para Roberto y, sin embargo, no trastabilló, siguió firme en su idea de estudiar y de graduarse y de darle un poco de esperanza a su madre. Su vida fue dura, pero cuando echa un vistazo a su pasado descubre que es totalmente opuesto a su futuro, ahora tiene luz en el camino. Se graduó, está trabajando en una librería y en el tiempo libre aprende reparación y mantenimiento de computadoras, planea tener un negocio propio y más tarde seguir en la universidad. Es uno de los alumnos de los que más orgullosas se sienten las maestras del Colegio Benito Juárez.

Roberto tuvo suerte, llegó al colegio cuando no tenía más de 7 años. Desde pequeño su madre lo dejaba en una guardería, donde una vez la fundación becaria llegó en busca de pequeños inteligentes. Él y su amigo Javier pasaron la prueba. Javier está ahora en Estados Unidos, becado en una universidad de Nuevo México y Roberto se graduó con excelentes notas de bachiller.

“Si no fuera por el Benito yo no hubiera ni terminado la primaria”, dice Roberto, “allí me enseñaron tantos valores que no aprendí en casa. Me enseñaron el respeto a los demás, cuando en mi casa lo que yo veía era a mi papá pegarle a mi mamá”.

Pentagramas y botellas

La clase de música tienen pentagramas dibujados en el suelo. En el frente un enorme león de papel señala las notas. Y dentro una docena de niños afina sus instrumentos. Todos saben leer solfa, lo aprendieron desde preparatoria, por eso ahora que están en quinto grado leen los pentagramas como quien lee un poema, la sonoridad la siguen en la cabeza. La maestra –que el año pasado fue maestra 100 puntos y viajó a México para una capacitación– propuso un ejercicio, les entregaría una partitura, si aprendían a tocarla tendrían la nota mínima, pero si investigaban y conseguían otra partitura con un grado mayor de dificultad subirían su calificación. Uno de los pequeños se levanta de golpe, quiere ser el primero en presentar la melodía que escogió. La ha practicado mucho, él solo, sin más ayuda que la de sus oídos. Saca la flauta y empieza. Toda la clase se emociona, reconocen la canción: es la música del juego de Nintendo Super Mario Bros.

No es el único virtuoso en esa clase. Otro toca en el piano, Para Elisa con una facilidad que eriza la piel, otro interpreta una canción de Guns and Roses en el teclado, la aprendió viendo un video en internet, “¿Te costó mucho trabajo aprenderla toda?” le preguntan y él responde que sí: “me tarde como cinco días”.

Cuatro niñas afinan sus “botellófonos”, se trata de una serie de botellas de vidrio rellenas de líquidos de colores. Tienen que verter la cantidad de agua justa para que cada una suene con una nota distinta cuando se le golpea con una batuta. Lo lograron, el aparato produce una melodía preciosa.

La música es importante para los alumnos del colegio Benito Juárez, pero también la lectura y la computación. Tienen una biblioteca equipada y dos salones con computadoras e internet.

Al igual que ingresar, permanecer en el colegio no es fácil. Si alguno baja su promedio o no rinde lo esperado, deben retirarlo del programa. Lo que esperan es que todos los que entren en preprimaria consigan el diploma de bachilleres. El año pasado 19 alumnos se graduaron, la mayoría siguieron una carrera universitaria –2 de ellos becados en el extranjero– pero hay otros que prefirieron trabajar y empezar a ayudar a sus familias, como Roberto.

Wanda Morales es una de las graduadas, “para mí no es ir al colegio, sino ir a mi segunda casa”, dice, “la Directora no era solo directora, era mi amiga, mi confidente”. Wanda está trabajando en un call center, en el área de inglés y espera el próximo año estudiar ingeniería en la Universidad de San Carlos. Del colegio agradece muchas cosas, pero la principal es haberle enseñado a trabajar duro, “teníamos mucha presión, pero eso fue bueno. Nunca nos marcaron ni nos estaban repitiendo a cada rato que éramos más inteligentes que los demás, pero eso quedaba demostrado por la carga curricular que era mucho mayor a la de otros colegios”.

“Los padres suelen tener aspiraciones muy cortas y tenemos que estarles hablando, pidiéndoles que nos dejen ayudarlos”, explica Mayra de Sandoval, directora de la secundaría, “hay padres que dicen que lo que quieren es que su hijo trabaje de dependiente en una panadería y para nosotros eso no es válido”, agrega. “Ha sido un poquito frustrante teníamos las expectativas de que van a salir y van a la universidad, pero la realidad es bien dura y no siempre se puede”, se lamenta De Cofiño.

Los padres son también parte fundamental en el colegio. Cada mes deben asistir a una “escuela de padres”, donde les hablan de la importancia de que sus hijos permanezcan estudiando y vayan a la universidad, además de valores y actitudes positivas para apoyarlos. Los padres también reciben tarea, de vez en cuando el niño les lleva algún artículo que la maestra pidió que leyeran y comentaran juntos.

“Tuvimos una iniciativa de enseñarles computación, pero solo como 5 personas quisieron nada más, pero este año lo vamos a volver a intentar”, cuenta De Cofiño.

Enseñar a niños inteligentes, aunque parezca, no es tarea fácil. “Siempre quieren aprender más de lo que enseñamos, no se conforman nunca”, dice Lucky Peña, maestra de primer grado. Para Lucky la experiencia de dar clases en Benito Juárez ha sido maravillosa, antes, en instituciones regulares se topaba con alumnos menos motivados e interesados. “Generalmente a los niños de primero hay que enseñarles a leer y escribir, porque llegan apenas sabiendo unas palabras. Aquí no, a los niños de primero los recibí leyendo 117 palabras por minuto”, cuenta.

Es la hora del recreo y los niños salen a correr en un campo bordeado por árboles. Ellos mismos los sembraron, han crecido juntos. El sol cae suave sobre sus cabezas, brillantes en todo sentido. Sus mentes se están preparando para buscarle respuestas a un país que de momento los rechaza, nadie sabe todavía qué harán para agradarlo.

*Texto y fotografías propriedad del diario guatemalteco El Periódico
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