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Visiones del arte mexicano
Acervos de las Colecciones de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público

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I.- Las colecciones Pago en Especie y Acervo Patrimonial

La existencia de los museos de arte contribuye al permanente proceso de construcción de identidad. En la actualidad, para cumplir con esa tarea el museo de arte debe hacerse consciente de su lugar como enunciación de discursos, como un espacio donde se producen narraciones desde particulares aspectos enunciativos que se refieren las relaciones del sujeto narrador (institución), con la sociedad y la cultura. Esto significa que el museo, además de legitimar los significados estables de las obras, trabaja con ellas como una permanente instancia crítica. Así, las colecciones de arte ocupan en las exposiciones de los museos un papel más importante que el de admirables apropiaciones culturales y pasan a ser entendidas como un todo o un corpus significativo. En ese sentido las obras que integran la Colección Pago en Especie cumplen su cometido, ya que la gran parte de ellas, o sea la correspondiente a la Federación, bajo custodia de la SHCP, se integran  a muestras y colecciones que conforman un intenso programa de itinerancias bajo el título de Colección Pago en Especie, sello identificativo de este acervo artístico.

La Colección Pago en Especie es tal vez en la actualidad una de las pocas colecciones públicas que se incrementan sistemáticamente año con año; este desarrollo obedece al sistema fiscal fundado a partir del Decreto que otorga facilidades para el pago de los impuestos sobre la renta y al valor agregado y condona parcialmente el primero de ellos, que causen las personas dedicadas a las artes plásticas, con obras de su producción y que facilita el pago de los impuestos por la enajenación de obras artísticas y antigüedades propiedad de particulares, publicado en el Diario Oficial de la Federación en el año de 1975.

Su historia se remonta durante el Gobierno del Presidente Adolfo Ruiz Cortínez, en el año de 1957, en el que Lic. Hugo B. Margáin, entonces Director de Impuesto Sobre la Renta, recibió una petición de uno de los creadores más importantes de México, David Alfaro Sequeiros; la solicitud consistía en que se permitiera a las artistas plásticos el pago de sus impuestos mediante la aportación de obras de arte de su autoría, lo cual facilitaría el cumplimiento de esa obligación tributaria, ya que además alegaba que los pintores no sabían de contabilidad ni de las compilaciones establecidas en las leyes tributarias; al parecer, dicha solicitud fue originada de otro artista cuyo nombre hoy se desconoce, para la solución de un problema de embargo por la falta de pago de impuestos. 

La propuesta recibió una buena acogida por parte del Lic. Hugo B. Margáin y del entonces Secretario del Ramo, Lic. Antonio Carrillo Flores, procediendo a la instauración de esta idea, apoyada entusiastamente por diversos artistas como David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, Raúl Anguiano, Adolfo Best Maugard, Rufino Tamayo, José Chávez Morado, Carlos Mérida, Dr. Atl y Joaquín Martínez Navarrete, entre otros, así como de tres entusiastas promotores como: Antonio Carrillo Gil, Inés Amor y Carmen Marín de Barreda.

Resultado de ese primer intento, si bien no fue la instauración del Programa Pago en Especie, si se sentaron las bases de lo que posteriormente sería esta Colección con el ingreso en 1957 y los años próximos siguientes, de un grupo de obras de los artistas que hoy se le conoce como los Fundadores, por ser los precursores en sumarse a esta modalidad fiscal; entre los artistas precursores de esta idea se encuentran: Raúl Anguiano, Ignacio Asúnsolo, Angelina Beloff, Adolfo Best Maugard, Fernando Castro Pacheco, Lola Cueto, José Fernández Urbina, Ernesto García Cabral, Enrique Guasp, Agustín Lazo, Amador Lugo, Guillermo Meza, Roberto Montenegro, Gustavo Montoya, Luis Nishizawa, Francisco Mora, Juan Olaguíbel, Salvador Pruneda, Diego Rivera, Rufino Tamayo, Mariana Yampolski; destacando el pago extraordinario que hiciera Diego Rivera, quien sin tener adeudos fiscales entregó tres extraordinarias piezas a la fundación del programa y con la idea de que se creara un museo de arte moderno mexicano.

Siendo presidente el Lic. Luis Echeverría Álvarez, según contaba la extraordinaria promotora cultural Mercedes Iturbe, que durante su gestión como Directora del Salón de la Plástica Mexicana del Instituto Nacional de Bellas Artes asistió a una muestra en el Museo de Arte Moderno, donde “abordó” al Presidente para entregarle una carta firmada por varios artistas pertenecientes al Salón, a fin de que se retomara la instauración del Programa Pago en Especie que había quedado en el tintero años atrás; esta petición fue turnada en el mismo acto al Secretario de Educación Pública, Víctor Bravo Ahúja, quien posteriormente la remitió al entonces Secretario de Hacienda y Crédito Público Lic. José López Portillo, ya que se trataba de una idea extraordinaria. Es así como el 6 de marzo de 1975, después de una serie de reuniones con artistas y funcionarios de diversas dependencias, se publicó en el Diario Oficial de la Federación el Decreto que regula hasta la fecha este singular sistema fiscal de recaudación de impuestos.

El proceso de recaudación fiscal por la cual se conforma año con año la Colección Pago en Especie, se basa en la aportación o entrega de las obras al Servicio de Administración Tributaria por parte de los creadores plásticos como pago de impuestos correspondientes al ejercicio fiscal inmediato, las cuales son valoradas y en su caso aceptadas como patrimonio de la Nación por el Comité de Selección integrado por ocho expertos (artistas, curadores, promotores culturales, etc.) convocado por el propio SAT; las obras que son aceptadas se asignan de manera aleatoria y equitativa entre los tres niveles de gobierno: Federación, estados y municipios.

Las contribuciones que desde 1975 se han venido realizando mediante este sistema de recaudación fiscal de forma regular, han conformado una colección con cinco mil cuatrocientas ochenta y dos piezas de arte mexicano de particular importancia en el panorama nacional e internacional, creadas por un total de seiscientos sesenta y cinco creadores, reposicionando a través de los años la imagen de la Institución, Gobierno Federal y Secretaría de Hacienda y Crédito Público, dentro de este marco cultural. Por otra parte es importante destacar que con las modificaciones a la Ley del Servicio de Administración Tributaria que se publicaron en el Diario Oficial de la Federación el 28 de noviembre del 2006, se promueve el incremento del acervo cultural de las nuevas manifestaciones de las artes plásticas distintas de la pintura, grabado y escultura, y se consideró a otras categorías formales para ingresar a este sistema fiscal de Pago en Especie como los son: instalación, arte digital y fotografía.

Es así como podemos decir con relación a la Colección Pago en Especie que, se trata de un sistema de recaudación fiscal único en su género a nivel mundial, ya que no obstante de ser una imposición tributaria, busca favorecer al arte apoyando a los creadores al cumplimiento de sus obligaciones en este campo, así como a la formación de una extraordinaria memoria del quehacer artístico en el México contemporáneo.

Por otra parte, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público custodia otra importante Colección denominada Acervo Patrimonial. En 1982 como consecuencia de un programa de rescate y restauración del patrimonio cultural al interior de la dependencia, se conformó esta Colección que incluye obras plásticas, pertenecientes a los períodos de la Colonia, el siglo XIX y XX, así como piezas que fueron rescatadas del olvido y la destrucción mercancía abandonada en aduanas, bodegas que contienen mobiliario de calidad insospechada o almacenes que guardaban paisajes pictóricos. Esta colección tiene una proyección distinta a la de la Colección Pago en Especie, ya que posee una independencia en su crecimiento que le da una proyección y visión hacia el futuro, respecto a su conformación y tratamiento. Durante los últimos cinco años, la Colección Acervo Patrimonial ha crecido considerablemente, gracias a la generosidad de los artistas, quienes han depositado su confianza al entregar al Museo de Arte de la SHCP piezas significativas de su producción. En la actualidad esta colección posee un total de 4,955 piezas, entre arte, propiamente dicho y artes aplicadas e industriales.

II.- Visiones, una muestra del quehacer plástico de México.

Visiones es un conjunto de obras pertenecientes a las colecciones Pago en Especie y Acervo Patrimonial en custodia de la SHCP. Esta muestra se integra por cincuenta y cinco piezas de cincuenta y cuatro creadores, que reflejan tanto el espíritu de su origen, la aportación generosa de los artistas para enriquecer las colecciones que son patrimonio de la Nación. La exposición se integra por obra de la segunda mitad del siglo XX, dando énfasis a las últimas tres décadas.

En ese sentido la selección que se presenta bajo la muestra Visiones, integra distintas disciplinas, generaciones, nacionalidades y lenguajes, los que permite comprender el movimiento artístico en el país, como un punto focal para el desarrollo de las artes plásticas en América Latina. Asimismo, se decidió incluir un apartado especial con artistas originarios de Colombia y radicados en México, donde han realizado una trayectoria que ha impacto en el medio cultural; vinculo que a través del tiempo se ha ampliado entre estas dos naciones, y que demuestra ese peregrinar creativo que nos enriquece y nos hermana.

III. De lo mexicano a lo universal.

Terminada la lucha armada conocida como la Revolución Mexicana de 1910, fue inminente la reconstrucción y pacificación del país. Trabajo que el entonces presidente electo General Álvaro Obregón, en el año 1920 encomendó a José Vasconcelos, al nombrarlo como Secretario de Educación Pública.

José Vasconcelos, intelectual reconocido y respetado se enfrentó al problema de ¿cómo educar a un pueblo cuya gran mayoría de las personas era analfabeta?; la respuesta la encontró en el arte, ya que éste aportaba una serie de cualidades que lo hacían una vía idónea para esa labor de restauración de la identidad y afirmación de la doctrina de la revolución. Es así como nació en México el primer movimiento latinoamericano de arte, contrario a los dictados de un academicismo ya obsoleto, “el muralismo”. Esta corriente que abarcó prácticamente medio siglo, de 1920 a 1970, fue una respuesta que puso al arte y la cultura al servicio de la sociedad y del gobierno revolucionario, mediante el trabajo en los muros de varios edificios públicos para plasmar sus ideales, señalar y denunciar a los explotadores del pueblo trabajador, de los campesinos y de los obreros. En estos trabajos destacan artistas como: Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Pablo O’Higgins.

Paralelo al movimiento muralista surgen en la pintura de caballete artistas que coincidían en muchos de los intereses del propio muralismo, conocido como la Escuela mexicana de pintura y escultura. El término ha sido producto de la necesidad analítica de historiadores y críticos por referirse a una etapa específica de la producción plástica de los artistas nacionales y extranjeros que trabajaron en México desde los años veintes hasta fines de la primera mitad del siglo XX, con secuelas posteriores. Esta corriente buscó crear conciencia social de nuestra identidad así como el entender la grandeza de las culturas mesoamericanas a través de la representación y continuidad de la tradición de la pintura costumbrista y de paisaje, pero que, influenciados por los movimientos sociales armados como la propia Revolución Mexicana de 1910, buscó enaltecer un nacionalismo o, para decirlo bien, un meso-americanismo que se defendía ante las posturas internacionalistas que surgían como vanguardias de la posguerra venidas de los países imperialistas o de las grandes potencias.

En ese sentido se incluyeron en la muestra obras que se identifican de manera directa con este período de la plástica mexicana como: Rompiendo el Hielo del Danubio en Bratislava de Diego Rivera, El Beso de Raúl Anguiano, Los novios y el carpintero de José Chávez Morado, Fusilamiento de Arturo García bustos, Tarros y sandías en la ventana con trabajadores del asfalto de Rina Lazo, Figura con vaso blanco de Ricardo Martínez,  Desde el templo de las inscripciones de Nicolás Moreno, La manda de Luis Nishisawa, La niña Muerta de José Reyes Meza y La novia y el Lechero de Antonio Ruiz “El Corcito”.

Diego Rivera fue uno de los pilares fundamentales del muralismo así como de la escuela mexicana de pintura; en la exposición se incluye una de las últimas obras que realizó: Conteniendo el hielo del Danubio en Bratislava de 1956. En el mes de junio de 1955 le diagnosticaron cáncer, a pesar de ello continuó con su actividad en su estudio de San Pablo Tepetlapa al sur de la ciudad de México en donde actualmente se encuentra el Museo Anahuacalli; en agosto del mismo año, viajó a la entonces Unión Soviética con la finalidad de encontrar una cura a su enfermedad que ya comenzaba a invadirlo; en ese viaje realizaría una serie de bocetos, los cuales a su regreso a comienzos de 1956, y durante su retiro al puerto de Acapulco pintaría. En ellos es posible apreciar una gran influencia del realismo socialista así como de la influencia de esta doctrina en  boga.

También, claramente influenciado por las corrientes europeas como el cubismo, surge de manera casi inmediata durante los años “treintas”, el llamado último representante de la escuela mexicana: Alfredo Zalce, también identificado como miembro de la segunda generación del muralismo mexicano. Su actividad plástica trascendió al campo político, siempre con una mentalidad indigenista y social, lo que marcó también su producción al representar casi en lo absoluto una temática campesina y obrera para enaltecer el trabajo de las clases “trabajadoras”. En la muestra se incluye una pieza tardía que demuestra su influencia cubista en la ejecución de un paisaje.

La obra El beso, de maestro Raúl Anguiano, que se incluye en la presente muestra, se trata de una pieza icónica de la pintura mexicana; es un reflejo claro del nacionalismo post revolucionario inmerso en un tiempo-espacio, el cual corresponde a las corrientes que abonaron al muralismo mexicano y que sumaron a esta escuela mexicana de pintura o conocida también como renacimiento mexicano en su última etapa; esta corriente encuentra en el arte popular las tradiciones culturales y la historia los motivos para la creación. La obra está cargada de un gran contenido social y humanista, ya que refleja la condición mexicana del pueblo que juega constantemente con el tema de la muerte y se trata de la tradición del carnaval en el puerto de Veracruz; de esta festividad derivan varias piezas que integran una serie extensa explorada por el artista hasta el final de su vida.

En ese sentido y para esta selección se incluyeron dos piezas de escultura: El Limón de Fernando Castro Pacheco y Mujeres caminando de Francisco Zúñiga; estos dos creadores pertenecen a una generación intermedia a la del  muralismo y la de la diversificación de las preocupaciones estéticas conocida como la ruptura, pero ambos se encuentran ubicados con esa influencia del rescate a la tradición costumbrista o indigenista de la escultura mexicana. En ambas obras es posible apreciar como estos creadores lograron entender la grandeza de las culturas mesoamericanas a través de la representación femenina convertida en cánones de grandes “amazonas” de cuerpos voluminosos y fuertes proporciones; El limón se trata de una obra que retrata la vida en el sureste del país y  representa a una mujer en una postura de reflexión, dotada de gran dignidad; por su parte  Mujeres caminando, es un grupo escultórico (una obra tardía dentro de la corriente indigenista) que representa a un conjunto femenino caminando con una carga sobre la cabeza,  en el que la dignidad de la mujer se ve claramente representada mediante la horizontalidad de sus personajes, logrando con ello, a pesar del claro movimiento o dinámica expresada por los huipiles (vestuario mestizo-indígena) logra el equilibrio de sus personajes.

En la selección se incluye la obra denominada Los novios y el carpintero, de José Chávez Morado; una obra que alude al proceso de transformación de los suburbios de la Ciudad de México, de un romántico ambiente rural a la moderna ciudad en desarrollo, lo que se hace patente por los elementos como lo son los propios novios bajo los árboles y el carpintero trabajando en una caseta improvisada signo de la transformación.

Fieles continuadores de la tradición pictórica de la escuela mexicana los son hasta la actualidad Arturo García Bustos y Rina Lazo. Alumnos en la Escuela de Pintura y Escultura “La Esmeralda” de Diego Rivera y Frida Kahlo. El en año de 1942, debido a su enfermedad Frida quien no podía asistir a dar clases a la escuela, se decidió que los alumnos acudieran a su casa; en un principio el número de alumnos era grande, pero con el tiempo éste fue disminuyendo hasta convertirse un reducido grupo al que se le identifica con este sobrenombre. Su obra está marcada hasta la actualidad por un interés por lo popular  y lo mexicano. Las obras que se presentan, Fusilamiento de Arturo García Bustos y Tarros y sandías en la ventana con trabajadores del asfalto de Rina Lazo, aunque tardías son representativas de esta corriente pictórica.

Un pintor singular, aunque influenciado por esta corriente mexicanista, es Ricardo Martínez, de quien se incluye en la presente muestra la obra denominada Figura con vaso blanco. La majestuosidad de sus personajes pareciera evocar la estatuaria pre-hispánica, acentuada por su sobriedad formal y la creación de atmósferas irreales, producto del contraste de luz y sombra con que recorta en perfil al personaje, así como de las condensaciones de color que crean puntos focales, en este caso un sencillo vaso blanco.

Los paisajes realizados por Nicolás Moreno, como Desde el tiempo de las inscripciones, obra  ponen en eficacia los recursos plásticos del lenguaje decimonónico, con estudios tomados del natural y una pincelada directa y empastada; encuadres naturalistas con una visión de cercanía que delimita el horizonte con la vegetación, lo que le ha permitido crear un lenguaje propio dentro del paisajismo mexicano. La perspectiva solitaria y real de estos parajes, dan a la obra categoría de un estudio del natural sin que se pueda determinar con exactitud hasta donde llega la transpolación del paisaje verdadero y la licencia del artista; esta fusión resuelve magistralmente el conflicto de veracidad en las escenas representadas, entre lo que es real y lo imaginario, mediante una depurada técnica.

En México, dentro de las artes plásticas existe un extraño legado histórico, el de registrar la tradición funeraria de los niños muertos, retratándolos para generar imágenes de culto doméstico. La utilización de la iconografía funeraria relacionada con los niños ha sido una fuente de estímulo para los artistas modernos y contemporáneos que retomaron el tema para ejecutar originales e interesantes piezas. Una obra especialmente ejecutada dentro de este rubro es la denominada La niña muerta, de José Reyes Meza.

De Antonio Ruiz “El Corcito” se incluye la obra La novia del lechero; la composición captura de forma jocosa una escena cotidiana de un México de los años cuarentas; elaborada de forma minuciosa y detallada en un formato que evoca los tradicionales exvotos o a la pintura flamenca del siglo XVI. Esta pieza es, además un símbolo del arte que va en contracorriente, ya que en el tiempo del muralismo este creador decide pintar en pequeño formato para el deleite íntimo y personal, mientras que otros buscaban loas grandes extensiones de muro para llegar a las masas.

Asimismo, en este grupo intermedio entre la corriente mexicana de pintura y los movimientos posteriores, aparecieron artistas que mirando la evolución plástica europea y norteamericana, encontraron en la abstracción un lenguaje; entre ellos, Mathías Goeritz, de quien en la presente selección se incluye una obra representativa de su producción denominada La lluvia de la buena suerte; ésta se trata de una pieza en la que la tridimención y el empleo de materiales no convencionales en su época, como la lámina, suplen el cromatismo pictórico; esta obra que se asocia con la corriente de abstracción constructiva dado su orden geométrico; asimismo, está asociada con una lectura sobre el arte religioso del que extrae los dorados y plateados como una síntesis del arte novohispano. Por otra parte, se incluye una pieza del maestro Pedro Coronel, denominada Espacios No. 3, en la que se hace patente su interés por tratar temas vinculados con las culturas prehispánicas desde una visión en la que se funden la abstracción figurativa y un lirismo poético, el cual encuentra en los símbolos del pasado sus presupuestos emblemáticos

Una pintura magistral realizada por el artista Rufino Tamayo lo es sin duda alguna La Venus Fotogénica; Esta pieza icónica de la obra de este creador, permite apreciar en una etapa temprana las influencias del cubismo europeo que marcaría posteriormente su evolución iconográfica. La obra se trata de una escena armada, en la cual la modelo posa de manera sensual y provocadora en una habitación colmada de objetos, lo cual no revela también, en un plano íntimo, a un Tamayo coleccionista.  

De Juan Soriano se incluye la obra denominada Ofrenda I, la cual alude a las estelas prehispánicas en una síntesis formal basada en un lirismo y por el cual reinterpreta  la grafía de las culturas antiguas de la meseta central del Valle de México.

Aunado a la situación de “modernización” del país en la década de los cuarenta, que mostraba una pujanza económica y que permitía una movilización del mercado artístico del momento, y más que una postura estética, fue la actitud de pugna por renovar lenguajes plásticos, obtener espacios para expresarse y desechar discursos obsoletos de contenido social, lo que une al grupo llamado de Ruptura, integrado por un conjunto de jóvenes artistas que iniciaron sus carreras en la década de los cincuenta.
Al despojarse de esa carga nacionalista que imperaba en la plástica de la primera mitad del siglo XX, los artistas podían hablar de situaciones más subjetivas, más internas, que expresan con nuevos lenguajes, lo cual permitió conformar un gran mosaico de propuestas. Así, durante los años sesenta los artistas de la ruptura consolidan su posición en el arte mexicano, abriendo un camino que hasta hoy continúa. Claro ejemplo de este movimiento son las obras Círculo del silencio de Manuel Felguérez, Jardín en el mar de Roger von Gunten, México bajo la lluvia de Vicente Rojo.
Es así como dentro de la figuración se incluyó una pieza intituladade José Luis Cuevas; un grabado en metal que además de hacer evidente la mayor de sus fortalezas técnicas, el dibujo, permite descubrir al artista como un observador e examinador de la condición humana en historias llenas de intemperancia y espanto. El la obra se entremezclan la compasión y la crítica por los que retrata las imperfecciones y los vicios de los seres humanos, entrelazando dos aspectos fundamentales en el tratamiento de sus temas: la ética y la estética, aspectos que caminan indisolublemente unidos por su obra.

Por su parte, la obra Círculo del silencio de Manuel Felguérez es un claro ejemplo de su producción; una obra realizada dentro de los parámetros de lo que se conoce como el geometrismo orgánico, corriente en la que particularmente este creador destaca al lograr una composición y control de los volúmenes, para crear un cuerpo abstracto de la “no forma”, o sea, crea una pieza llena de dinamismo en la que dialogan en armonía la solidez y el espacio.

De Roger von Gunten se seleccionó la obra denominada Jardín en el mar, en la que se aprecian los trazos enérgicos de la que surgen imágenes que sugieren la presencia de figuras, así como una paleta identificable de este creador a base añiles y esmeraldas; asimismo se hace evidente en la obra, su particular lenguaje cercano a una estética del informalismo, que desarrolla a manera de una representación intermedia que bien podríamos definir como semifiguración o semiabstracción, y cuya gestualidad le da una frescura y espontaneidad de primera intención.

México bajo la lluvia de Vicente Rojo que se incluye en la muestra Visiones, es parte de una serie que marcó en este creador un momento decisivo en su producción plástica, al abandonar la abstracción geométrica para encontrar en la materia el volumen visual; la presente pieza recurre al recuerdo para facilitar la reconstrucción plástica de la imagen; un fragmento del paisaje de este territorio visto a través de la descomposición o la interferencia del agua, en el que se aprecia la orientación y cadencia de las gotas que sumadas una a una se convierten en un torrencial.

Si bien, este grupo conocido como la Ruptura al ser reconocido y aceptado se convirtió en una “vanguardia institucionalizada” de esa época que aplastó rotundamente a la escuela mexicana, la historia reconoce también en paralelo la existencia de otros creadores que imponían sus novedosos lenguajes influenciados por las corrientes artísticas mundiales o por el pasado inmediato de la pintura mexicana; es así como algunos eran identificados y reclamaban una atención por parte de la crítica del momento, surgiendo personalidades como:  Gilberto Aceves Navarro, Alberto Gironella, Sebastián o Javier Arévalo.

En la muestra también se incluye la obra denominada Las historias amorosas del nahual del maestro Gilberto Aceves Navarro; una pieza característica de su producción artística en la que se aprecia una nueva figuración expresionista, cargada, gestual, libre y dinámica, la cual se  derivada de sus estudios sobre Tiziano y fue trabajada a partir de la mito o la creencia popular o de la tradición pre-hispánica del espíritu protector que se transmuta en animal para interactuar con los humanos en una parodia que se asemeja a la mitología europea  de Leda y el cisne, lo que da como resultado una pieza en la que se fusiona el mito de ambos mundos.  

Sebastián no entregó a la colección una obra denominada Pareja, creada a partir de la tradición del geometrismo constructivista, en la cual se aprecia esa influencia de la cultura prehispánica basada en la estática de la estatuaria megalítica.

Una obra singular dentro del corpus armado para la muestra Visiones es la pieza demonizada Los dos hermanos o nocturno de Jerez de Rafael Coronel; una obra figurativa cuya composición sencilla llena la atmósfera de una sobriedad melancólica, en la cual los personajes representan una escena en la cual la veracidad se funde con la imaginación para hacer a manera de dedicatoria a los lazos familiares de su pasado; como el mismo autor nos relató: cada año asistía con su familia (con su hermano Pedro) a la festividad de su tierra natal, Jeréz, Zacatecas, lo cual queda identificado con el personaje que sostiene entre las manos una máscara festiva de la región. Sin embargo, en un segundo plano hay otro personaje representado, éste femenino, acostado de tal manera que configura el horizonte de la escena; esta figura es producto de la fantasía como una alegoría a la propia tierra que da cobijo.

El género pictórico identificado como bodegón es una clara herencia de la tradición española resultado de la conquista. No obstante que suele tratarse como un tema aislado lejano de la pintura actual, el bodegón abarca un grupo de escenas compuestas por objetos cotidianos en las cocinas y tabernas y sigue siendo del interés de  creadores que encuentran en este género un motivo plástico de representación de la identidad. Una clara representación de este género lo encontramos en la obra denominada Alacena histórica de Benjamín Domínguez, la cual tiene como referente histórico los bodegones de los siglos XVIII y XIX, cuya relevancia radica en la sustracción de la realidad y en el proceso creativo que distingue a un artista de otro, ya sea por su destreza técnica, su habilidad compositiva o su elección temática.

De la misma generación de los artistas de la ruptura, aunque en un camino muy distinto que se define como “realismo mágico”, surgió un movimiento regional en el estado de Oaxaca; estos artistas, aunque distintos formalmente entre sí, encontraron en su trabajo elementos en común, como el empleo de la riqueza cultural de su estado como pretexto para narrar historias y presentar personajes mitológicos en ambientes cargados y profusos de elementos como animales, flores, edificios y elementos mágicos, los cuales pueblan sus obras de colorido y texturas. En ese sentido las obras Cuaderno de la mierda No. 1 de Francisco Toledo, Sueño de Sergio Hernández, The mask de Jesús Urbieta y una obra sin título de Rodolfo Morales representan, desde sus particulares puntos de vista, conforman un grupo sólido y representativo del quehacer en esa región del Istmo de Tehuantepec.

Los cuadernos de la mierda se tratan de 27 cuadernos, con más de mil quinientas imágenes, realizados por Francisco Toledo durante su segunda estancia en Paris, entre 1985 y 1987, mismos que sirvieron para mitigar largas noches de insomnio. Estos cuadernos dan clara referencia de la obra de una artista prolífico y singular. Un artista extraordinario que logra a través de su obra fusionar las tradiciones milenarias cargadas de referentes fantásticos con las escenas cotidianas; Los personajes (animales, insectos o calacas) parecen aludir de forma irónica a la conducta humana y a ese acto escatológico del que ningún humano, animal o insecto se evade, como lo es también de la propia muerte representada por los esqueletos. Los cuadernos son también dentro de la colección un gesto que ha despertado diversas especulaciones entre la relación de su contenido y su ingreso a la Colección Pago en Especie, ya que los mismos fueron entregados por su autor como pago fiscal en el año 2000, en un gesto que bien pareciera irreverente, humorístico u irónico, acorde a la personalidad del propio artista. En la muestra se incluye el Cuaderno de la mierda No. 1, que contiene    cuarenta y siete dibujos y  cuarenta acuarelas.

De la producción del gran artista oaxaqueño Rodolfo Morales se incluye una pieza sin título en la que se aprecian de forma directa sus presupuestos emblemáticos; la representación de figuras femeninas que rodean a una figura central que levita en el aire, así como rasgos de una arquitectura que nos remite a su pueblo natal, Ocotlán, ejecutado mediante una vibrante paleta cromática que lo acerca a la vida cotidiana de esa región; una obra simbólica y onírica, con fuertes influencias europeas en su composición, así como una ejecución libre hacen de esta pieza un trabajo a la vez singular y característico. 

Del mismo estado aunque de un generación posterior es el artista Sergio Hernández, de quien se incluye la obra Sueño; una obra que se desprende parcialmente del folclor de región, para conservar como único vínculo o arraigo la fabula y mito de la cultura popular, la cual transfiere de manera depurada y lúdica mediante colores terrosos y texturas ígneas.

Por su parte Jesús Urbieta denominada The mask, nos aporta una composición compleja pero dinámica, a manera de retablo, lo que rememora esa fusión de lo prehispánico con lo novohispano; colores que evocan los paisajes en el atardecer de los milperíos en Juchitán, Oaxaca.

Para la década de los setenta surgen las propuestas de los llamados “grupos de trabajo colectivo” que buscaban crear una conciencia de un cambio radical ante hechos como las revoluciones estudiantiles y obreras del 68. De nuevo, la intención de salir a las calles y utilizar los muros y todos los medios de propaganda popular para dar un mensaje a través de su trabajo es adoptado por éstos grupos como Proceso Pentágono, Suma, Peyote y la compañía, Taller de Investigación Plástica, Marco, Mira, y el No grupo entre otros. La corta duración de este período no fue obstáculo para que sus participantes continuaran en la búsqueda de nuevos caminos que fructificarían en los ochenta con una nueva generación de artistas. Claro ejemplo es el trabajo de Carla Rippey, quien a través de la experimentación ha llegado a otros puertos con inusual éxito.

A finales de los años setenta, y como respuesta a una crisis de valores y a la necesidad de reivindicar lo propio como método o reflexión sobre la identidad, en el ámbito de las artes plásticas y en específico en muestras de arte joven, se aprecia una versión local del posmodernismo caracterizada por un resurgimiento de lo “mexicano”, al revivir y resinificar la historia nacional, la cultura popular, las tradiciones, fiestas y elementos religiosos, permeados de ironía y sarcasmo en sustitución de la llamada “alta cultura y que dejaban entrever una velada crítica a las costumbres de nuestra sociedad; sin embargo o a pesar de su aparente independencia en este se parecían claras influencias de lenguajes de vanguardias como el neo expresionismo alemán, la transvanguardia italiana o los artistas postmodernos norteamericanos. Creadores como Javier de la Garza, Dulce María Núñez, Adolfo Riestra o Froylán Ruiz, se han identificado con esta corriente artística,  sin embargo han logrado trascender y evolucionar para imponerse en la actualidad artística.

Entre los creadores más representativos de este movimiento está Nahum B. Zenil, de quien se incluye la obra denominada Tiempo para llorar;  en la presente pieza el creador busca en tiempo actual un sentido de identidad en las manifestaciones populares consideradas marginales, como lo es la exhibición circense del ser humano; sin embargo se aprecia una característica constante de su obra la narración en primera persona, al convertir al personaje en él mismo y asumir la carga de la burla, despojando a la representación de su función iconográfica para convertir la vivencia en un recuerdo creado, como página de un viejo álbum fotográfico.

A fines de la década de los “ochentas” las artes visuales de Cuba comenzaron a salir de su región y a moverse tanto dentro de los espacios oficiales como en alternativos; este momento se caracterizó por una constante búsqueda de la identidad colectiva así como por un barroquismo que lo distinguió de la totalidad de las Antillas; un momento en el cual las artes plásticas de ese país atrajeron la atención internacional, motivando la migración hacia otros puntos del mundo de los artistas. Esa diáspora cubana de finales de los años ochentas y principios de los noventas, posterior a la disolución de la Unión Soviética, trajo consigo a México a un grupo de creadores; éxodo que impactó en el ámbito cultural mexicano, tanto desde el mercado al establecerse galerías que promovían básicamente a artistas de esta latitud, así como en el medio artístico con la llegada de otras voces (curadores, críticos, historiadores del arte, etc.).  En ese sentido, los artistas se integraron a la vida cultural y asumieron al país como propio, haciendo en él su residencia, con lo cual entraron a la Colección Pago en Especie, entre ellos: Pedro Rivera y Ángel Ricardo Ricardo Ríos.

La obra de nominada Rostro emblemático de Pedro Rivera se trata de una re-enunciación del acto creativo, basado en la interrelación aborigen-hispano-africana, y sobre la cual construye un espacio visual en el que alterna el pasado mítico con el presente; un rostro imagen intervenido con un alfanje que es al mismo tiempo una bandera, lo cual se vincula con la guerra y la resistencia de los verdaderos mártires de esa isla; ello en un proceso de re significación por el que crea sus presupuestos emblemáticos mediante un lenguaje rico en imágenes y color, con el que logra trasladar significados entre sus componentes, lo cual evidencia su capacidad deconstructiva a través de eclécticos elementos de cierta filiación primitiva, los cuales al ser tratados por su amplio conocimiento de la plástica universal, y da como resultado una obra cargada de múltiples referencias iconográficas y simbólicas.

Ángel Ricardo Ricardo Ríos se incluyó la obra denominada Proyecto nuevo espacio, el cual se trata de un objeto domésticos común marcado con un sentido propio escultórico objetual y llevado a la pintura, en el que delata una actitud lúdica, en la que puede verse de manera directa la fusión de la arquitectura y diseño con la plástica, y que sirven de pretexto para una descarga gestual de dibujo o del driping, con trazos rápidos y limpios, con los que se plantea la primera intención de su obra, y a la que agrega colores directos a través de grandes pinceladas o fuertes cargas que parecieran quedar pendientes para provocar la meditación.

La posmodernidad encontró en la individualidad una forma de valorización del trabajo artístico; es así como durante la última década del siglo XX en México, los creadores plásticos producen sus obras sin buscar un apego a ciertas técnicas, formatos o corrientes artísticas; sus medios expresivos, tanto formales como conceptuales, son de diversa índole; la exploración, la experimentación, la inter-disciplina o la trans-disciplina han permitido un cambio constante en los lenguajes y medios; hoy en día pareciera acelerarse la marcha y desechar el pasado inmediato por el gusto actual. Personalidades como los curadores, promotores y coleccionistas buscan en las nuevas generaciones una puerta de salida al cansancio iconográfico que más de ocho décadas de arte formal dejó en la plástica mexicana. Sin embargo, nada de lo actual tendría sentido sin mirar de manera imparcial a cada actor del pasado con su justo aporte, lo que hoy permite conformar un rico panorama de la plástica mexicana.

En esa necesidad de experimentación y búsqueda constante de nuevas formas de hacer y de decir han despuntado artistas que día a día se reinventan como: Ulices Licea, Betsabé Romero, Boris Viskin, Cisco Jiménez, Gabriel de la Mora o Miguel Castro Leñero. En ese sentido se incluyó la obra de Héctor de Anda denominada Inteligencia en paralelo, cuyo marco de referencia lo constituye la memoria fragmentada; obra que comprende una variación de los procesos formales de él ya conocidos con sus actuales experimentaciones plásticas con materiales y soportes no convencionales, aprovechados mediante el reciclaje, y que le permiten evidenciar una vez más su particular ímpetu renovador. Esta desintegración de la imagen encuentran en la sobreposición  de los diversos signos y símbolos que se traslapan, la metáfora o reflexión de un ámbito que se pierde en el recuerdo (el de la memoria) y otro que se gana en lo inmediato que acontece (la realidad); la representación canina alude la reflexión sobre las capacidades mentales de los distintos seres y cuestiona las distintas inteligencias de los seres humanos.

Por su parte, la pieza de Betsabé Romero, denominada Y ahora a dónde vamos,tiene como punto de partida el folklore mexicano y la cultura popular urbana y se trata de una pieza de arte objeto enraizada en la tradición artística mexicana de generar pequeñas cajas en las que se construye un discurso a partir de componentes funcionales o de uso cotidiano que el artista selecciona cuidadosamente por su forma y carga significativa. La integración de estos elementos que las integran, se van alejando de su finalidad o empleo cotidiano a través de la complejidad del planteamiento lógico que constituye el tema o discurso.

Del maestro Boris Viskin se incluye una pieza denominada La gota; en ella es posible apreciar la influencia actuales del neominimalismo y neoconceptualismo, vigente en México desde  la segunda mitad de los ochenta, los cuales han provocado la reducción de formas y colores provenientes de la tradición barroco-popular; asimismo se distingue su singular forma de ordenamiento racional, así como la representación de objetos cotidianos  como una referencia o evocación de esa tradición de la cual proviene su discurso.

Dentro de esa misma línea neominimalista se encuentra el trabajo de Miguel Castro Leñero, con la obra denominada paisaje en construcción, el cual se trata de una obra de  composición cuidadosa, en las que el elemento representado (unas poleas) son reducidas a un mínima expresión tanto en la forma como en el cromatismo; este creador se caracteriza por desarrollar su universo plástico a partir de íconos ya elaborados, apropiándose de representaciones gráficas de animales, nubes, herramientas o plantas que encuentra a su paso, las cuales  va reduciendo a su más elemental representación.

Asimismo Serial killer de Tomás López Rocha es una metáfora derivada de la investigación del caso del Ford Pinto; automóvil icono del progreso “americano” producido por la afamada Ford Motor Company, que debido a una falla en su diseño, al menor contacto con la defensa trasera explotaba, equiparando los diversos accidentes ocurridos bajo esa premisa a los asesinos seriales (serial killer), término acuñado por el agente Robert Ressler del FBI  por el Dr. Robert D. Keppel en los años 70, y que entró al lenguaje popular en gran parte debido a la publicidad que se le dio a los crímenes de Ted Bundy y David Berkowitz a mediados de esa década. En ese sentido Tomás López Rocha conjunta dos imágenes para crear una obra fuerte visualmente en lo estético, aprovechando el impecable diseño del automóvil y conceptualmente en lo temático, la negligencia de una de las grandes empresas automovilísticas.

Por su parte la pieza Mujercita de Javier Marín, es un claro ejemplo de la posmodernidad artística en el país, ya que ella rescata en sus influencias varios movimientos artísticos de la historia del arte universal y los como un lenguaje personal de gran fuerza visual. En ella la representación del desnudo con su propia carga de naturalismo, atrapa el ideal de belleza con sus proporciones, actitudes y armonía, a la que agrega  movilidad y expresividad gestual, que de conformidad con el principio de la inmutabilidad clásica, busca contraponer la tensión muscular interna con la indolencia facial del personaje representado. Por otra parte, la intencional integración o el dejo de los bebederos o conductos de vaciado, dan al personaje un carácter de mártir por la asociación iconográfica.
Ese sentido de migración permanente ha traído a México en distintos tiempos artistas que forma hoy parte de la historia del arte nacional, tal es el caso de Rómulo Rozo y Rodrigo Arenas Betancour, que viajaron de Colombia para establecerse en el país, contribuyendo con extraordinarias aportaciones, tanto en el campo educativo como en el artístico, ejemplo de ello lo es el Monumento a la Patria de Rozo en la Ciudad de Mérida, Yucatán, el cual que constituye una extraordinaria rotonda donde se narra de forma magistral la historia de México o el Prometeo de Arenas Betancour ubicado en la Facultad de Ciencias en la Ciudad Universitaria en el Distrito Federal. Esta migración producto del ímpetu creativo de los artistas ha traído consigo a otros artistas desde esa latitud y que hoy sus obras conforman parte de este acervo, memoria visual y artística de nuestra nación, como lo son: Santiago Rebolledo, Luis Carlos Barrios, Luis Ricaurte y Tatiana Montoya.
De Santiago Rebolledo, artista Colombiano residente en México desde 1976, se incluye la obra denominada De tejidos africanos; Una obra característica de su producción, basada en la recuperación de la memoria a través del empleo de elementos reciclados del deshecho, como lo es el petate de palma y las cenizas con que lo intervino mediante grafías, las cuales permiten crear un sentido nostálgico a través de una historia inventada.  

La obra de Luis Carlos Barrios denominada Cholula, incluida en la muestra, se aprecia el propósito de evadirse del academicismo para conseguir una sencillez ligada a la búsqueda de la espontaneidad y ofrecer una visión sincera del mundo a través de formas simples y expresivas. Una obra poseedora de una gran potencialidad reveladora, con claros referentes objetuales que oscilan entre la materialidad y el sueño, entre la veracidad y la imaginación.

La obra Profil-axis de Luis Ricaurte es un claro ejemplo del avance de la ciencia aplicada al arte ya que la misma se realizó mediante la tecnología del láser, que hasta hace algunos años nos parecería parte de una narración de ciencia ficción; aunque ésta tiene diversos usos, en particular la empleada para este fin, se basa en la descomposición de la luz para generar pequeñas explosiones de calor sobre la superficie tratada, desbastándola y perforándola para crear relieves. El proceso está basado en el empleo de una imagen inicial lograda mediante una fotografía tomada por el mismo, cuyos personajes se encuentran en una perspectiva no convencional, dando la impresión de ingravidad, a la que anexa o sobrepone líneas rítmicas gestuales; asimismo, los cambios de vista del espectador, la yuxtaposición de líneas rectas progresivas y radiales, así como la luz incidente, producen una confusión visual que hace vibrar la superficie desafiando nuestra percepción.

De Tatiana Montoya se incluye la obra denominada Caída de otoño; una pieza de mediano formato en la que se aprecia como los gestos y las grafías toman cuerpo en el territorio del soporte; una lectura en el campo emotivo basada en la síntesis del color mediante una paleta de amarillos ocres, sobre la cual planos sobrepuestos conforman una estructura composicional semejante a una escritura alfabeto desconocido en una hoja de libro antiguo.

En el año 2006 se comenzó la conformación de un nuevo acervo, el fotográfico; esta conjunto de piezas que hoy suman más de cuarenta piezas para la colección del Museo de Arte de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, integran un repertorio de imágenes que dan clara vista del quehacer en este género artístico en el país. En ese sentido se incluyeron obras de dos de las fotógrafas más representativas de México: Graciela Iturbide y Yolanda Andrade.

Nuestra señoras de las iguanas de Graciela Iturbide se trata de una imagen icónica en su producción plástica, la cual es derivada de la tradición de la escuela mexicana, ya que su autora rescata la tradición popular a través de los personajes del Istmo de Tehuantepec. Su obra está caracterizada por las imágenes en blanco y negro, y por el trabajo dentro de los temas representativos del México rural como los son: la fiesta, el ritual, la muerte, la maternidad y el erotismo, así como por captar de forma espontánea la cotidianidad de sus personajes, siempre anónimos.

Por su parte Como me ves te verás y Dos tiempos de Yolanda Andrade, se tratan  de imágenes capturadas a partir de una visión aguda que permite a su creadora atrapar el dramatismo y la teatralidad de la Ciudad de México, en una relación de contrapuntos que conforman los elementos capturados en la imagen, mismos que relación de tiempo y distancia y que le dan valores semánticos a los componentes. Sus imágenes, aunque sacadas de la realidad, encuentran su lectura en la subjetividad, la ficción y la artificialidad de la cotidianidad citadina, tal vez derivada de sus propios intereses iniciales: el cine y el teatro. Estas fotografías en blanco y negro, de registro analógico, constituyen un corpus de una primera etapa de esta artista, quien desde el 2003 incursionó en la fotografía a color con extraordinario éxito, llegando a crear un lenguaje que ha influenciado a otros artistas.

Es así como este repaso a la creación plástica de México actual, reunida bajo el titulo de Visiones, no pretende ser totalitaria, sino demostrativa de de las corrientes, tendencias y caminos de una actividad efervescente que permea en el campo internacional, aportando desde este punto de la América Latina una distinción particular a esta labor creativa denominada arte mexicano actual.

Rafael Alfonso Pérez y Pérez